Las cosas buenas le pasan a la gente que trabaja bien.
Como
prueba de que al menos en ocasiones así sucede tenemos el reciente nombramiento
de Raf Simons como director creativo de Christian Dior, la legendaria casa de
modas francesa que hasta hace algunos meses era dirigida por el hoy exiliado John
Galliano. Fue justo este personaje quien, además de protagonizar el escándalo
más jugoso de la industria el año pasado, sin querer movió la primera pieza de
este juego de ajedrez en el que algunos diseñadores pierden la cabeza mientras
otros se convierten en reyes o reinas. Y tras los reprobables comentarios
antisemitas que le dieron la vuelta al mundo (YouTube, no te acabes), Galliano
nos dejó bien claro que perdió, además de la cabeza, el prestigio y un sueldo de
ensueño.
Lo
que le pasó a Galliano no es un caso aislado: cada vez vemos más creativos perdiendo
los estribos ante el estrés y las drogas--recordemos a Alexander McQueen y a
Christophe Decarnin--pero ese no es el tema que me interesa tratar ahora. En
este momento la atención se centra en el diseñador belga de 44 años que hasta hace
un par de meses estaba desempleado; más que eso, en febrero de este año Raf Simons
presuntamente era despedido. Este hombre que desde 2005 hizo un magnífico
trabajo regresándole el coolness a
Jil Sander, recibió las gracias de parte de sus jefes y le cedió su lugar a la
mismísima Jil, que anunciaba su regreso. En esos días costaba entender cómo un
diseñador tan alabado por la crítica, tan solicitado por las revistas y tan
codiciado por los compradores tuviera que despedirse de su puesto de forma así
de dramática. Su último desfile, una elegante oda a la femineidad de los años
cincuenta, le valió la ovación de pie del público presente, lo que conmovió a muchos
hasta las lágrimas.
Aunque
desde entonces existían rumores de que Simons podría ser el elegido para llevar
las riendas artísticas de Dior, papel ocupado temporalmente por Bill Gaytten, junto
a él se erguían nombres del tamaño de Marc Jacobs, Alber Elbaz y Christopher
Kane. De hecho, Simons no era favorito. Después de todo sus diseños minimalistas
chocan con el barroquismo de la casa de modas francesa, sus desfiles sencillos
no tienen nada que ver con los espectáculos excesivos que Dior maneja, y su
personalidad reservada se contrapone a la excentricidad de Galliano. Pero, ¿no
es justo este el cambio que necesita una casa de modas saboteada por el
escándalo? El que Bernard Arnault, Presidente de LVMH y dueño de Dior, haya puesto
sus ojos en un diseñador de bajo perfil, aunque pudiera parecer una jugada
atrevida habla bien de las prioridades de la marca. Porque todo lo que a Simons
le falta en histrionismo le sobra en talento.
Es
reconfortante saber que a veces, aún dentro del agresivo mundo de la moda, el
que trabaja bien recibe lo que merece, sin necesidad de grandes aspavientos o
dramas. Y no creo que el chico la tenga fácil. El estar detrás de un gigante
como Dior requiere compromiso, creatividad y trabajo duro, pero realmente
confío en que Simons lo hará bien. Pase lo que pase, lo que es seguro es que de
entre todos los desfiles de Alta Costura que veremos en julio el de Dior será
el más emocionante.
Aquí
ya hay piel chinita.
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